Comentario
Los que llamamos positivistas en este período iban más allá de la filosofía de Comte. Pretendían encontrar soluciones científicas, entendiendo por tales respuestas universales y perfectas, a los principales problemas relativos al mundo, la sociedad y el hombre. En el fondo se contradecían: participaban de una actitud metafísica y esencialista, que ellos consideraban superada y característica de una fase previa del pensamiento; habían sustituido la religión de Dios por la religión de la ciencia.
La raíz histórica de la nueva fe era doble: por una parte existía un gran deslumbramiento ante las contribuciones de la ciencia al desarrollo material; por otra, la creencia en el carácter absoluto de la razón venía a satisfacer una necesidad: la de seguridad; era el punto de apoyo, la certidumbre en un mundo que cambiaba a una velocidad desconocida hasta entonces.
Las máximas expresiones del positivismo, entendido en este sentido amplio, durante las últimas décadas del siglo fueron las versiones del darvinismo y del marxismo que expusieron, no tanto los fundadores, como los principales divulgadores de estas teorías: T. H. Huxley y F. Engels, respectivamente. Ambas elaboraciones teóricas compartían elementos esenciales y se reforzaron mutuamente en su influencia social.
Durante el siglo XIX, nada influyó tanto como el darwinismo en la formación y difusión de una imagen científica del mundo. Si mediante la observación y el razonamiento, había sido posible resolver el problema del origen y la evolución de las especies -así se pensaba- nada podría resistirse ya al entendimiento humano.
La teoría darwinista -la selección natural como mecanismo de la evolución a la que todos los seres vivos estaban sometidos- se hizo inmensamente popular y polémica desde el mismo momento de la publicación de Sobre el origen de las especies, en 1859. En los años posteriores, y hasta su muerte, Darwin desarrolló algunos de los aspectos de su teoría. Particular importancia tuvo la publicación, en 1871, de La ascendencia del hombre y la selección con relación al sexo donde, de forma explícita, incluyó al hombre en el proceso evolutivo general, afirmando que procedía de otros seres biológicamente inferiores.
El papel principal en la difusión del darwinismo correspondió, no obstante, a Thomas H. Huxley -un prestigioso y autodidacta hombre de ciencia- quien ya en 1860, en una famosa reunión, había polemizado con el obispo de Oxford. "Combativo e inteligente, ha escrito Jonathan Howard- llevó el conflicto entre la ciencia y las Escrituras al terreno abierto y aplastó cualquier intento de reconciliación. Por medio de textos populares dirigidos a los trabajadores llevó la evolución a la gente normal, para quienes los elevados conflictos entre las sectas eran irrelevantes. En gran medida gracias a Huxley, la revolución darwinista resultó muy rápida y los que la vivieron la percibieron como tal revolución". Por otra parte, Huxley ejerció una gran influencia en la reforma de la educación elemental, consiguiendo dotarla de un mayor contenido científico. Frente a Matthew Arnold que en Literatura y Ciencia (1882) había defendido la educación tradicional, "principalmente literaria", Huxley argumentó que este tipo de educación no proporcionaba las armas adecuadas para la lucha moderna, en la que era necesario un conocimiento de las leyes de la naturaleza. La ciencia, según él, era "condición esencial y absoluta del progreso industrial" e, incluso en el terreno intelectual y moral, serían beneficiosos los hábitos de veracidad que inculcaría.
Para Darwin, su teoría debía limitarse exclusivamente al campo de la biología, y rechazó las conclusiones de tipo social y moral que se extrajeron de ella. Era imposible, sin embargo, que esto no ocurriera porque sus ideas tenían evidentes y profundas implicaciones de carácter general; entre otras, la naturaleza histórica de la realidad en sus más variados aspectos, el racionalismo, el materialismo y la lucha por la supervivencia como principio básico de comportamiento. En consecuencia, las proyecciones de la teoría biológica sobre la sociedad y el hombre se produjeron. Surgió lo que conocemos como darwinismo social: un conjunto de variadas y opuestas teorías, de carácter tanto liberal como socialista, naturalista y antinaturalista. Como dijo George Bernard Shaw, Darwin "tuvo la suerte de complacer a todo el que tenía algún rencor que ventilar". Todas ellas, sin embargo, tenían un rasgo en común: la consideración optimista del mundo, la creencia en el progreso.
Herbert Spencer, que gozó de una extraordinaria popularidad entre 1870 y 1890, fue el más conocido de los darwinistas sociales, y a quien a veces se identifica exclusivamente con el movimiento. Antes de la publicación de Sobre el origen de las especies había expuesto la tesis de la supervivencia de los más aptos, proporcionando a Darwin una de las ideas seminales de su teoría. El darwinismo reforzaría su pensamiento. Por una parte, generalizó el evolucionismo a todo el universo que, según él, estaba sometido a las mismas leyes; por otra, extrajo consecuencias de carácter ultraliberal y antiestatista: si la ley natural consistía en la supervivencia de los más aptos, era inútil y contraproducente que la sociedad o el Estado tratara de inmiscuirse con leyes protectoras de los más débiles; lo mejor que podía hacerse era dejar que ese combate se produjera con toda su crudeza.
Spencer se convirtió en el principal enemigo teórico de la extensión de la actividad del Estado que, incluso en Inglaterra, se estaba produciendo a fines del siglo XIX. El Estado, decía, tiene la obligación de defender a los individuos contra ataques exteriores, pero no tiene el derecho de defender a los individuos contra sí mismos; una cosa es asegurar que cada ciudadano pueda perseguir su propio bien, y otra muy distinta que sea el mismo Estado quien persiga este bien. La burocracia estatal es siempre ineficaz, y está llena de errores e incluso de corrupción. Hacia el final de su vida, se mostró partidario de limitar el poder del Parlamento, cuyo autoridad, pensaba, era objeto de un nuevo fetichismo, que había sustituido al que en fases más primitivas se prestaba al derecho divino de los reyes.
El conocido comentarista de la Constitución inglesa, Walter Bagehot, también sacó conclusiones de carácter liberal del darwinismo, aunque no tan extremas. En Física y Política (1872), Bagehot sostuvo que, hasta entonces, las sociedades habían necesitado rodearse de una "costra de costumbre" para poder sobrevivir; en el estado actual de progreso, sin embargo, esa costra se había convertido en un obstáculo más que en una ayuda para el desarrollo. En el presente la "era de la discusión, que otorga un premio a la inteligencia, y engendra esa cualidad de animada moderación esencial para el buen funcionamiento del gobierno", decía con optimismo-, era precisa una flexibilidad que sólo la libertad intelectual podía proporcionar.
Las conclusiones sociales que Thomas H. Huxley extrajo del darwinismo fueron completamente distintas: la naturaleza no proporcionaba un modelo a seguir por la sociedad; por el contrario, el progreso consistía en obrar contra la naturaleza y no de acuerdo con sus normas; el individuo más apto, el que sobrevive, no es siempre el mejor desde un punto de vista ético y moral.
Igualmente diferentes fueron las consecuencias que socialistas y anarquistas extrajeron del darwinismo. En el momento solemne del entierro de Marx, Engels equiparó la obra de éste sobre la sociedad, con la obra de Darwin sobre la naturaleza: "De la misma forma que Darwin descubrió la ley de desarrollo de la naturaleza orgánica, descubrió Marx la ley de desarrollo de la historia humana". La lucha de clases se convirtió en la expresión social de una ley universal.
Para Kropotkin, la ley natural no era la lucha sino la ayuda mutua. Dentro de cada especie predomina el instinto de cooperación y por cada ejemplo aducido de rivalidad puede aportarse otro de asistencia recíproca. Como indica James Joll, Kropotkin no se cansó de recordar en sus escritos el ejemplo ofrecido por Darwin del pelícano ciego al que sus compañeros alimentaban con pescado. Con un lenguaje evolucionista, Kropotkin propuso una sociedad anarquista donde las relaciones estarían regladas "por acuerdos entre los miembros de esta sociedad, y por el conjunto de costumbres y hábitos sociales no petrificados por el derecho, la rutina o la superstición, sino en una fase de permanente evolución y reajuste, de conformidad con las siempre variadas exigencias de una vida libre (...). De aquí que se imponga la desaparición de poderes instituidos; no más cristalización ni inmovilidad, sino, en su lugar, una evolución continua, como la que se observa en la naturaleza".
Por su parte, los fabianos ingleses vieron en el darwinismo una confirmación de "lo inevitable de lo gradual", y defendieron un socialismo evolutivo, basado más en la transformación gradual -de acuerdo con el modelo de la naturaleza- que en la revolución violenta.
El darwinismo sirvió también para fortalecer las ideas racistas que, ya en 1853, había expuesto Gobineau y que tanta influencia habrían de tener en el desarrollo del imperialismo y del antisemitismo en Europa. Para Josiah Strong, en Nuestro país: su posible futuro y su crisis presente (1885), la etapa siguiente de la historia mundial sería la lucha de razas. En el popular libro del inglés nacionalizado alemán Houston Stewart Chamberlain, Los fundamentos del siglo XIX (1899), se afirmaba la superioridad racial de los pueblos alemanes, y se animaba a los mismos a mantenerse puros ya que el "cruce destruye el carácter"- y a luchar por la supremacía mundial.
Por último, el darwinismo también tuvo consecuencias sobre las actitudes religiosas, ya que fue uno de los principales factores del profundo proceso de secularización experimentado por la sociedad europea de la época. Las creencias se terminaron adaptando a la nueva teoría -el camino de la creación era más largo y complicado de lo que una interpretación literal de la Biblia les había hecho creer, afirmaron las autoridades religiosas-, pero del darwinismo se desprendía un orden natural basado en la lucha por la supervivencia, que poco tenía que ver con la imagen de un mundo dependiente de la providencia divina, y de un Dios personal, paternal y bondadoso, velando por la existencia de cada uno de sus hijos. El mismo Darwin terminó rechazando toda idea religiosa y proclamándose "agnóstico" -una palabra creada y popularizada por T. H. Huxley-.
Respecto a la otra gran teoría surgida en el ambiente intelectual positivista, resulta indiscutible, como dice G. Lichtheim, "el hecho histórico de que Engels fue el factor principal que, tras la muerte de Marx, dio forma a lo que llegó a conocerse como "marxismo ortodoxo" (..) la principal tradición del marxismo", con independencia del papel que se otorgue a Engels en la elaboración inicial de la teoría marxista -semejante o inferior al de Marx-. Especialmente a través del Anti-Düring (1878) -crítica de Karl-Eugen Dühring, profesor en Berlín desde 1865, idealista y antisemita- y de dos ensayos sobre Feuerbach (1886) y el materialismo histórico (1882), Engels llevó a cabo una ordenación y simplificación del pensamiento marxista en una forma que era, por encima de todo, científica. El desarrollo histórico se presentó como algo necesario, objetivo, acerca del cual podíamos tener una certeza semejante a la proporcionada por las leyes biológicas de Darwin. El proceso histórico que para Marx era consecuencia de la interacción entre la teoría y la práctica y cuya finalidad era la total transformación de la condición humana, su definitiva liberación-, se convirtió en manos de Engels en un proceso estrictamente determinado por la base económica de la sociedad.
En esta elaboración influyeron, por una parte, la necesidad de hacer accesible la teoría a las masas socialistas que, sobre todo en Alemania, empezaban a llenar el partido socialdemócrata; por otra, el ambiente intelectual de la época tan intensamente cargado de positivismo, del que Engels no supo distanciarse.
Las consecuencias fueron importantes: "aunque según J. Droz- la asimilación del marxismo (..) fue siempre muy superficial en la socialdemocracia (..) la consolidación de la influencia de Marx, a través del Anti-Düring, proporcionaría la base teórica en la que se apoyó el partido durante la dura prueba de las leyes de excepción". Sin embargo, el empobrecimiento de la teoría, vaciada de todo contenido filosófico, y convertida en una versión pronto anticuada de la fe positivista, identificada exclusivamente con una parte de la sociedad, impidió que el marxismo pudiera contener el empuje irracionalista de los años 1890, "y contribuyó a provocar -según Lichtheim- el divorcio entre el movimiento obrero democrático y la tradicional visión idealista de la "intelligentsia" de clase media, que más tarde explotaría el fascismo con tan nefastas consecuencias".